Estamos expuestos a súbitas vicisitudes, viviendo un momento a nivel mundial en el que dotar a las personas de una competencia no sólo digital sino también mediática seguramente determine su adaptación a la sociedad del futuro inmediato, bien porque estén educadas en el uso responsable de las tecnologías propias de nuestro tiempo, bien porque hayan sido instruidas en recibir de un modo crítico los infinitos y confusos contenidos de los medios de comunicación. La escasez de formación mediática contrasta con el exceso de información audiovisual que obtenemos continuamente a través de diferentes vías y que hace preciso e inevitable que tanto la administración e instituciones públicas (universidad incluida) como las empresas privadas se comprometan a defender dicha formación en medios para que los ciudadanos poseamos competencias con las que responder de manera crítica a la exagerada cantidad de datos audiovisuales que se nos ofrece, seleccionando la información, asimilando y reflexionando sobre las noticias, y usando los recursos comunicativos. Conviene impulsar esta formación integral que une educación y comunicación, así como el intercambio mediante diversos recursos y la colaboración, cultivándolos desde la familia y la escuela, porque lo digital llega demasiado pronto a los jóvenes; sus instrumentos de comunicación son modernos y entretenidos pero también cambiantes y desnaturalizados, con el peligro de introducirles en su exuberancia, comodidad e inmediatez desmedidas, ante lo cual la escuela debe ampliar las capacidades digitales y mediáticas de estos jóvenes usuarios de tecnologías, optimizando los procesos de enseñanza-aprendizaje, y no ir por detrás de su cultura tecnológica. Asegurar la competencia mediática en educación sirve para anticiparse a tales inconvenientes, así como para aportar soluciones a otros. Que los jóvenes se apliquen en observar ciertos principios y profundicen en las relaciones sociales tiene que ser el paso previo a que manejen las tecnologías, para que cuando sean ciudadanos adultos, puedan examinar dónde falla la sociedad y colaboren en dar respuesta a dichas insuficiencias. Sin embargo, no se sabe exactamente qué es estar capacitado en comunicación audiovisual en educación ya que sólo tenemos prácticas aisladas tanto en la escuela en particular como en la sociedad en general, no proyectos que nos habiliten para comunicarnos de una forma reflexiva con los medios (sintetizado esto en las competencias: “consumo, comprensión, capacidad crítica, creatividad, ciudadanía y comunicación intercultural”). Aun así, los docentes utilizamos medios y recursos con la intención de analizar, provocar, agilizar y lograr el aprendizaje en los estudiantes. El profesorado enseña y el alumnado aprende con medios orientados al conocimiento. También diseñamos y producimos medios según nuestros distintos modos de pensar, aunque lo ventajoso es hacer modelos adaptables, que se puedan mejorar con las contribuciones de quienes enseñan y aprenden. Por consiguiente, el docente -paradójicamente constante y variable: siempre en el contexto educativo, aunque cada uno con su estilo- inspira a las personas y transforma la sociedad, siendo decisivo en el proceso educativo, e insustituible por ningún medio ni recurso: éstos son sólo parte de su enseñanza pero no establecen la didáctica de la comunicación mediática, pues incluso en idénticas situaciones, el uso de los medios dependerá de las diferentes metodologías. Es insólito que el alcance de las actuaciones para añadir a los procesos educativos algo intrínseco a nuestra cultura digital como son las tecnologías y los medios sea insuficiente todavía hoy, a pesar de que se empezaron en los años ochenta, de la aprobación de instituciones internacionales y de los recursos proporcionados por los políticos. La formación en comunicación audiovisual continúa en un limbo que necesita buenas intenciones y materiales, pero también formación. Sin embargo, las circunstancias actuales están poniendo a prueba las competencias tecnológica y mediática en la práctica educativa, obligándonos a reflexionar, revisar metodologías, organizarnos y cooperar ante la gravedad de esta experiencia, y permitiendo así la renovación pedagógica a través de nuevos espacios virtuales y su aceptación por parte de toda la sociedad.