La evaluación y el proceso que conlleva siempre ha sido uno de los aspectos con más controversia en el sistema educativo. Lo es para los alumnos, que temen al momento de evaluación (cuando entienden que éste siempre será un examen) y lo es para el maestro, que generalmente concibe el examen como el instrumento necesario para poder cuantificar el aprendizaje de un niño, dejando fuera la mayoría de las habilidades a adquirir para el alumnado, que no tiene nada que ver con la capacidad que tenga de memorizar y redactar contenidos abstractos y poco significativos.

En mi opinión, la evaluación debe ser concebida como el proceso por el cual obtienes información del proceso de aprendizaje de los alumnos, del desarrollo personal de cada uno, de la adquisición de habilidades y destrezas. Es por esto, por lo que veo tan importante diversificar la evaluación, obteniendo información de las actividades diarias, de proyectos en grupo, de talleres o estaciones de trabajo, de pruebas escritas, orales, lecturas, exposiciones, etc. Es la mejor forma de comprobar en qué punto se encuentra cada alumno, dándole oportunidad de mostrar sus capacidades de diferentes formas, ya que algunos muestran más mayor destreza en determinados tipos de tareas que en otras, y esto no quiere decir que aprenda mejor o peor.

En un principio, esta forma de evaluar puede suponer una fuente de inseguridades (lo cual en mi caso viene dado por la burocracia asociada al proceso de evaluación), y en el caso de los alumnos porque no entienden la evaluación como evaluar el proceso, sino como evaluar un producto, y se sienten inseguros ante la posibilidad de no controlar qué les vas a pedir y en qué formato.

Considero muy importante realizar esta reflexión, pues aunque creo que las leyes educativas se están centrando mucho en instrumentalizar el proceso de evaluación, para mí esta no debería ser el centro del proceso de enseñanza aprendizaje. Lo importante es que los alumnos avancen, desarrollen sus capacidades, sean autónomos, críticos y tengan su propia visión de la sociedad. Los contenidos se olvidan, las ganas de aprender no, por lo que el objetivo principal de la educación debe ser que en un futuro los niños sean personas con inquietudes, interesados por el mundo que les rodea y con una mente abierta al conocimiento.