Siguiendo las indicaciones de nuestro coordinador, en la presente entrada intentaré aportar algún punto de vista personal sobre los aspectos trabajados de manera grupal en la sesión de abril, en la cual nos hemos centrado en los cambios que la normativa implica en el trabajo en el aula.
A este respecto, aunque aún tengo un pie en mi instituto, me encuentro con la dificultad de valorar con precisión cómo dichos cambios se trasladan al aula.
En cuanto a la relación entre competencias clave y contenidos, creo que es necesario reducir los contenidos y secuenciarlos de manera más coherente a lo largo de los diferentes cursos y las diversas etapas. Solo así se evitará perder el tiempo en absurdas repeticiones y podremos emplear ese tiempo en mejorar las destrezas básicas del alumnado a través de los contenidos, que deben ser un instrumento y no un fin en sí mismos.
En cuanto a las actividades, debe quedar clara la diferencia entre ejercicio, tarea y actividad. Si no queda clara la diferencia, no podremos secuenciar nuestro trabajo con vistas a obtener el mejor resultado posible. Ejercicio, tarea y actividad serían como distintos grados de concreción en la plasmación del aprendizaje del alumnado, una especie de muñecas rusas que se contienen unas a otras. Dejaré la diferencia de matices para la siguiente entrada, acerca de la sesión del pasado 5 de mayo, donde se abordaron estos matices con mayor profundidad que en la sesión que nos ocupa ahora.
Respecto a los indicadores de evaluación, estándares de aprendizaje, criterios de evaluación y metodología remito a la entrada de febrero, para no ser repetitivo con lo expuesto allí.
De los niveles de concreción curricular (proyecto educativo, programación didáctica, programación anual de aula y UDI), conviene señalar que el proyecto educativo es el instrumento para la planificación que enumera y define las notas de identidad de un centro y que todas las programaciones didácticas deben adecuarse a él, del mismo modo que la programación de aula debe adecuarse a estas y el diseño de UDIs a las respectivas programaciones de aula.
Todo esto no debe entenderse como un exceso de burocracia inútil, sino que debe ser lo más simple y funcional posible, pues solo con una gestión eficaz y bien diseñada se conseguirá una mejora en el aprendizaje del alumnado. La clave está en el cambio metodológico y el trabajo por tareas, que abren un nuevo mapa de relaciones en el aula y en los centros, al tiempo que obligan a profesorado y a alumnado a redefinirse y a tomar una participación más activa en el proceso de aprendizaje, repercutiendo directamente en el día a día del alumnado.