Fecha de publicación 24/11/18 8:09
Todo inicio es una continuidad, obvio es que el discurrir de la historia, y estamos en ella, nunca parte de cero. Persistimos en el ámbito de lo más estrictamente educativo, es decir en la didáctica que corresponde a la modificabilidad y mejora de los comportamientos. Convencidos de la posibilidad de incidir en esa estructura profunda y compleja de la mente que nos justifica racionalmente ante nosotros mismos, en el corazón de la presente intencionalidad de nuestro alumnado y de su futura voluntad. Bien sabemos que la construcción de la Conciencia requiere de teorías muy pragmáticas, de saberes muy fieles al discurrir de la realidad escolar. A cada instante los conocimientos morales impregnan nuestra interacción profesional posibilitando la generación de estructuras mentales que siempre van unidas a lo intelectual y a la que de alguna manera guían. Cada gesto, cada intención, cada palabra propician un determinado valor emocional, una razón diluida a la que solo es posible sobreponerse con entusiasmo, con la determinación que proviene de la certidumbre de lo posible como real, de lo mejor en cuanto a forma de estar como única posibilidad a la que merezca la pena aspirar. Nadie en nuestra cotidiana actividad pretende lo contrario. Es por ello que a pesar de diferencias y perspectivas a priori aparentemente antagónicas, decidimos trabajar en común siendo conscientes de que es la forma óptima para abordar con éxito lo más difícil de nuestra tarea docente: la educación de la conducta.